El III Plan de Igualdad en Educación 2024/2028 nos recuerda la importancia del lenguaje inclusivo en la escuela en la Actividad 2.2 de la Línea 2 de Intervención: Impulsar y favorecer la práctica escolar inclusiva y equitativa, mediante la utilización de un lenguaje inclusivo y no discriminatorio en sus expresiones visuales, orales, escritas, contenidos curriculares y en entornos digitales.
Para allanar este camino hacia el uso de un lenguaje más inclusivo, y por lo tanto, más respetuoso con nuestro alumnado vamos a ofrecer aquí una primera guía introductoria. Vamos a extraer una serie de "medidas mínimas" de un artículo online que podéis leer aquí completo: El lenguaje inclusivo en la Educación Primaria.
Scotto y Pérez plantean que el lenguaje inclusivo en cuanto al género supone la utilización de distintas estrategias discursivas que huyen de la extendida universalización del masculino –la cual posiciona al hombre en el núcleo de todo lo que existe– y que incorporan nuevos términos y expresiones que dan cuenta de la diversidad de géneros. Así pues, con el fin de favorecer la igualdad en las aulas del período educativo que estamos tratando, los maestros y maestras, como modelos que somos para los y las infantes, debemos poner en práctica este tipo de estrategias discursivas, entre las que destacamos las siguientes:
- Hacer uso de sustantivos y expresiones genéricas o colectivas que no den pie a ningún tipo de discriminación. Por ejemplo: «alumnado» en lugar de «alumnos» o «la persona que estudia» en lugar de «el estudiante».
- Desdoblar el sustantivo en su forma masculina y femenina, con la intención de visibilizar también a la población femenina en el lenguaje. Por ejemplo: «alumnos y alumnas» o «maestros y maestras».
- Utilizar los sustantivos aceptados por la RAE en su forma femenina, sobre todo en lo que a las profesiones se refiere, ya que estas también son desempeñadas por el colectivo femenino. Es el caso de médica, jueza, concejala, fiscala o coronela, entre otros muchos ejemplos.
- Derribar estereotipos sexistas, los cuales aluden a las características o cualidades que la sociedad atribuye a una persona en función de su sexo o género. En tal sentido, se asocia al hombre con la fuerza, la valentía o la resistencia; mientras que la mujer es vinculada a rasgos tales como la debilidad, la sensibilidad o la dulzura. Es el momento, por tanto, de eliminar estas asignaciones arbitrarias y dejar paso a la libertad de ser quien cada individuo decida ser.
- Evitar expresiones discriminatorias. Este punto está íntimamente relacionado con el anterior, pues parte precisamente de los estereotipos que se encuentran arraigados todavía en nuestra sociedad actual. Por ejemplo: «llora como una nena» o «se comporta como un hombre».