viernes, 21 de diciembre de 2018

REFLEXIÓN ANTES DE ESCRIBIR LA CARTA A LOS REYES MAGIS: Mi hijo princesa

Antes de meternos de lleno en esta época de regalos y cartas de deseos varios queremos dejar este post de Debbie Chamlati, que contó en su blog elblogdedebbie. Se trata de la maravillosa historia de su hijo y su deseo de ser una princesa. Y con esta bonita historia sobre la felicidad, os deseamos unas Felices Fiestas.


MI HIJO PRINCESA

Todo empezó un viernes, después de ver la película Frozen por quinta vez, cuando mi hijo de 2 años y medio volteó y me dijo: “Mamá, quiero el vestido de Ana”. Supuse que estaba confundido. “Mi amor, tú quieres el traje de Kristoff, no el vestido.” Enojado contestó en su imperfecto español “no mamá, quiero el de la princesa Ana de Frozen.” Al instante y sin titubear caí en la típica respuesta, “No se puede, tú eres hombre, Jorgito, los vestidos de princesas son para las mujeres”.

Los días pasaban y la petición era la misma. Aumentaba la frustración cada vez que veía una niña disfrazada de princesa y admiraba el vestido como si fuera mágico. Volteaba a verme en seguida con su cabecita estirada hacia arriba y suplicaba, “¿Cuándo me vas a comprar el mío?”. Ninguna explicación era suficiente para hacerlo entender que la sociedad no acepta niños vestidos de niñas. Ya no habían excusas para que seguir ignorando su deseo. Mi niño me pedía a gritos que lo escuchara.
Ante tanta insistencia tuve que aceptar que a mi hijo le gusta disfrazarse de princesa. ¿Está bien?, me pregunto, no lo sé, no tengo la menor idea. Claro que ni mi esposo ni yo no esperábamos esto, pensamos que siempre iría tras Mickey Mouse, los Súper Héroes, Coches y Luchadores. Pero no, a él le gusta Frozen, Sofía, y las múltiples bellezas de Disney que ofrecen un mundo de alternativas en vestidos y accesorios espectaculares. Finalmente, como mamá me vi frente a dos opciones, aceptar a mi hijo o frustrarlo y alejarlo. Decidí aceptarlo.
A los tres años hay muchas cosas que no quedan claras en la vida de un niño. Pero esa es la delicia de la infancia. Los sexos están inconclusos en sus mentes. No ven el rosa para la niña ni el azul para el niño. Ven la ropa como ropa, sin definir todo un estilo de vida. Definitivamente, una de las sonrisas más grandes y deliciosas que he visto en su cara es la que le surgió el día que le compré su primer vestido. Se lo puse en la calle, afuera de la tienda, porque su emoción ya no aguantaba esperar a llegar a la casa. “Mami, ya pónmelo, porfis. Wowww, ya tengo mi vestido. Soy Frozen”. Estaba realizado, impactado, agradecido, extasiado. Era un niño feliz. Yo había hecho a mi hijo, inmensamente feliz.
En ese momento me di cuenta que su felicidad me estaba provocando A MÍ, una felicidad mayor a la que algún día me imaginé sentir. Y ese sentimiento fue un susurro en mi oreja que decía claramente “hiciste lo correcto”. A partir de ese instante nació entre él y yo una complicidad inmensa. Su mente no sabía descifrar lo que sentía, pero inconscientemente habían mensajes revolucionados diciendo “mamá me acepta”, “mamá me quiere”, “mamá me hace feliz”.
¿Qué dirá la gente si lo ve vestido así? No sé. Claro que a muchos les irritará. Algunos se burlarán de un niño de 3 años y criticarán a esta mamá “loca”, “desconsiderada”. Pero desde el momento en que me uní a él en este proyecto de respeto a su forma de ser, a su personalidad, quedé blindada frente a todos esos pensamientos y miradas. Algo dentro de mi maduró y se convirtió en un escudo para mi hijo. Yo no sé si el mundo lo acepte o no, yo siempre lo apoyaré en ser quien él quiera ser. En expresarse como él quiera hacerlo.
A veces me imagino todo lo que pasaría si yo lo reprimiera. Lo mucho que se alejaría de mí desde esta pequeñísima edad. Lo claro que le quedaría que su mamá no lo acepta. Que no está de acuerdo con él, con el hijo que ella trajo al mundo. Se sentiría solo, incomprendido y muy enojado. No porque no tenga una buena vida. No porque le falte comida o educación. Nada de eso. Se sentiría frustrado porque su mamá no lo deja vivir libremente. Porque su mamá no lo quiere.
Que si va a ser gay, no lo sé. Pero tengo muy claro que sea lo que sea, heterosexual, bisexual o homosexual, no será por la ropa que escoja ponerse hoy. No tendrá nada que ver con las princesas que mezcla con sus bloques de construcción tratando de formar castillos enormes y divertidos. Sé que yo no estoy involucrada en el futuro de la carretera sexual de mi hijo. Eso viene de nacimiento y lo irá descubriendo conforme crezca. Conforme su cuerpo madure en todos los sentidos. Lo irá descubriendo él solo, y me lo irá compartiendo en el camino.
Definitivamente, si mi hijo mañana termina siendo homosexual, siempre tendrá a su madre cerca. Yo no di a luz a un hijo para que sea lo que yo quiero que sea. Esta persona que creció en mi vientre fue creado con amor desde el día uno de su concepción. Esta persona es libre. Y dentro de esa libertad, siempre tendrá a su mamá caminando junto a él para apoyarlo, levantarlo si se cae, ayudarlo si lo necesita. Nunca, por ninguna decisión que tomara en la vida, lo dejaría solo. Ni por religión, carrera, orientación sexual, pareja o lo que sea.
Hace un año que se puso ese vestido turquesa y brilloso por primera vez… Esa vez que sonrió con la cara llena de diamantina, me abrazó tan fuerte que sentí sus bracitos tocar mi corazón, y me dijo “gracias mami”. Se me salió una lágrima. Una o dos, no recuerdo bien. ¿Por qué? Porque sabía que a partir de ese día, si por alguna terrible razón de la vida, Dios decidiera quitarme a mi chiquito, yo estaría satisfecha de haber hecho TODO para verlo inmensamente feliz. Me sentiría completa de haberle dado una infancia llena de alegría, magia, fantasía, atención, vibración y mucho amor. Una corta vida de fiesta. ¿Quién no quisiera darle a sus hijos algo así? ¿Qué no es ésa la verdadera definición de ser mamá?

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